Tercera-entrega: El amor en la cultura, la cultura del amor

 Tercera-entrega: El amor en la cultura, la cultura del amor

El amor inconsciente, el inconsciente amor

@Rosario Herrera Guido

Jacques Lacan, en su seminario sobre el amor (La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003), nos introduce en los laberintos del amor. Amar puede ser pedir un Amo: “amo a mi Amo” —diría el amante si lo supiera. La gran trampa del amor consiste en que ante el Amo se apaga, como la luna ante el nacimiento del alba, la libertad y la voluntad individual.

En el laberinto del amor está también presente la búsqueda de ser Uno: “No somos más que Uno” —se dicen los amantes. Este es el principal proyecto del amor. Eros, ya lo sabían los filósofos griegos, es tensión hacia lo UNO. Pero si el amor está relacionado con el Uno, no saca a nadie de sí mismo. Narciso se ahoga en la fuente porque no sabe que es más divertido mirarse en los ojos de las ninfas.

No se puede hablar de amor. El amor no es más que una canción, una carta, una declaración, un juramento, una promesa, un pacto, un poema, un ensayo. El lenguaje es un muro entre los amantes que les impide continuarse con sus cuerpos. No hay amor sino amuro —dice Lacan. No se puede hablar de amor porque es una experiencia inefable. Y justo porque no se puede hablar es de lo que más se habla. Porque que no se puede hablar de amor es de lo que más se habla.

El derecho se entromete con el amor y con el goce. El derecho no desconoce que tiene que regular la locura del amor, debido al peligro social que representa. Si de algo sabe el derecho es de los asuntos de la cama, como canta Góngora: de las “batallas del amor en los campos de plumas”, que tienen que ver con el usufructo: que se “debe” gozar sin despilfarrar.

El narcisismo del amor lo ilustra una hermosa historia india. Una doncella era visitada todas las noches por un corcel, quien tocaba a su puerta con estas palabras: “Ábreme, por piedad”. Pero la joven le preguntaba: “¿Quién eres?” “Soy yo” -—respondía el amante. Esto sucedía durante varias lunas, hasta que un día, ante la misma pregunta de la doncella, el insistente corcel le responde “Ábreme que soy tú”. Y le dice “Entonces pásale”.

El discurso del amor ha confesado ser el discurso del ser, querer el ser del otro y ser el otro. Es aquí donde puede hacer su aparición el odio. Se puede llegar a odiar con facilidad al que no se puede tener, al que no se puede uno parecer. Por eso se dice que “del amor al odio no hay más que un paso”. Pero también, tarde o temprano, se llega a odiar al espejo porque sus destellos son mortales. Dice la sabiduría popular que sólo los que se parecen se aman. Sí, pero si llegan a parecerse demasiado el odio entre ambos es descomunal.

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