Segunda-entrega: El amor en la cultura, la cultura del amor
El Banquete
@Rosario Herrera Guido
En tres diálogos —Lisis, El banquete y Fedro— trata Platón el tema del amor. En Lisis el concepto principal es el de Philia (amistad) y no el de Eros (amor). En el Fedro el tema del amor se entremezcla con el del alma, la belleza, la teoría de las ideas y la retórica. Pero en El banquete o del amor (Platón, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1974), Eros está en el centro del diálogo. El banquete es el paradigma de la impresionante doctrina del amor que viaja por toda la obra platónica, cual impulso teórico que espera tener la máxima visión de un maravilloso objeto: una joya preciosa, el ágalma (αγαλμα), que el amante espera capturar del amado (Collete Soler, Lacan y el banquete, Buenos Aires, Manantial, 1992).
En El Banquete, Polodoro, uno de los comensales, relata las conversaciones de sobremesa pronunciadas por los invitados del poeta Agatón, quien ofrece un banquete por su triunfo como poeta trágico. Erixímaco sugiere que hagan un elogio del amor. Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón, pronuncian su homenaje al amor. A todos los cantos opone Sócrates el suyo, evocando a su maestra Diótima, quien le ha enseñado la verdadera y doble faz de Eros. El diálogo se interrumpe con la llegada de Alcibíades que, aunque ebrio, es exhortado a cantarle al amor, pero que para sorpresa de todos hace un elogio de Sócrates.
En El banquete Sócrates insiste en que el filósofo debe perseguir la verdad. Y después de hacer un elogio de Agatón, expone su teoría del amor. El amor es amor a algo, pues hay un objeto del amor. Sólo se desea y ama lo que no se posee: “Luego este y cualquier otro que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece ¿no son estas cosas semejantes el objeto del deseo y del amor? (…) ¿No es el Amor en primer lugar de algo y en segundo lugar de aquello que está falto?”. Su maestra Diótima —dice Sócrates—, le ha contado que Eros no es ni bello ni feo. No es un dios sino un demonio (un genio), intermediario entre los hombres y los dioses. Y expone el mito del nacimiento de Eros, el hijo de Poro (la abundancia) y de Penía (la pobreza), concebido durante el festín olímpico en el nacimiento de la diosa Afrodita (por lo que el amor es escudero de Afrodita y eterno enamorado de la belleza). Eros ha heredado de su madre la indigencia y del padre lo bello, astuto, pródigo, charlatán y sofista. El amor, por indigente y rico, desea poseer lo bueno y la inmortalidad. Pero Eros nace y muere en un mismo día: en esto consiste la eterna juventud del amor. Todo lo que logra se le escapa; nunca es pobre ni rico, ni sabio ni ignorante. El amor es filósofo.
Con la llegada de Alcibíades, el reclamo y el elogio que hace de Sócrates, el diálogo se desliza hacia la relación entre el amor y el deseo, la verdad y la sabiduría. El psicoanalista y pensador francés Jacques Lacan, en el Seminario de la transferencia (Barcelona, Paidós, 2003), en lugar de poner el acento en el discurso de Sócrates, como la tradicional lectura universitaria, atiende por primera vez los discursos de Diótima y Alcibíades. Lacan destaca que la pregunta es la forma que toma el deseo, y su objeto es la sabiduría. Por ello, Sócrates, el único maestro que ha enseñado preguntando, nunca daba respuestas definitivas. El Banquete adopta los puntos suspensivos al dejar abierto el deseo. Porque la palabra misma gesta el deseo de saber. En El banquete hay una gran producción de saber, justo porque los coloquiantes saben que no van a poseer la preciosa joya de la sabiduría: ágalma (αγαλμα).
Hay una metáfora del amor en El banquete: el amor de Alcibíades por Sócrates. El Erastés (el amante) sustituye al Erómenos (el amado), que produce el sentido del amor y permite ir del amor al deseo. Y en El banquete es Sócrates el que va del amor al deseo. Es el Erastés (el amante), el que ama y desea, puesto que está marcado por algo que le falta, por lo que ama lo que no tiene, lo que le conduce al deseo. El Erastés es el que no tiene. El Erómenos (el amado) es el que tiene. Por lo que el Erastés desea lo que el otro tiene. Pero en El Banquete lo que está en juego es el saber. El Erastés (el amante) no sabe lo que le falta. El Erómenos (el amado) tampoco sabe lo que tiene. El amor padece de un no saber. El amante se dirige al amado (el Erastés al Erómenos, al objeto de amor). La metáfora del amor se produce del lado del amado, no del lado del amante. Porque a través de la metáfora del amor el amado se transforma en amante, pues el que es objeto de amor deviene amante, es decir, deseante. La metáfora del amor es metáfora del deseo. Porque el amado deviene deseante.
Sócrates no cae en la trampa de Alcibíades porque no cree tener el ágalma que Alcibíades le atribuye: la joya preciosa de la sabiduría. Por ello, Sócrates no es seducido por Alcibíades y se queda tranquilo ante la envestida del amor. El saber de Sócrates es que sabe que su belleza interior no es un objeto, sino el vacío mismo de saber que gesta el deseo de saber, la filosofía, cual impulso hacia la verdad que no se colma.