Diario de una mamá milennial
¡Por fin naciste!
Disfrutaba mucho acudir a mis consultas porque era la oportunidad de verte y eso me daba la certeza de que las cosas iban bien. Sin embargo, ya después de la semana 35, las cosas se comenzaron a complicar un poco.
Primero comenzaste a registrar menor peso con respecto a las semanas que tenías, es decir, una semana de retraso, por lo cual se fueron acercando las visitas al médico. Luego te fuiste quedando sin líquido amniótico, esto debía vigilarse constantemente para evitar riesgos y obligaba a visualizar que quizás llegarías días antes de lo planeado.
Conforme nos fuimos acercando me di cuenta que aún faltaban algunas cosas que debíamos tener listas antes de que nacieras. Entre ellas tu cuna, alistar tu ropa, pintar tu recámara, preparar las maletas para el hospital y otros pequeños detalles.
En tu última revisión el doctor determinó que debido al casi nulo crecimiento que tuviste, era pertinente realizar una cirugía. En cierta forma respiré de tranquilidad de saber que pronto llegarías porque los últimos días estaba nerviosa y me preocupaba cada que notaba que no te movías, pero siempre fuiste tan buena que comenzabas a moverte y yo pensaba que enviabas un mensaje diciéndome: tranquila mamá, aquí estoy, estoy bien.
En fin, salimos de la consulta y yo estaba de lo más tranquila y feliz, pero tu papá era un manojo de nervios, pobrecito, pocas veces lo he visto así, tan callado y poco expresivo que es, después supe que no durmió pensando en lo que vendría. Yo dormí muy bien, estaba emocionada y expectante.
Llegamos al hospital muy temprano por la mañana, inmediatamente comenzaron a canalizarme y sin más ni más en camilla rumbo al quirófano, justo en ese momento todos esos sentimientos de ansiedad, incomodidad y preocupación llegaron. En mi mente quería correr, pero era demasiado tarde. Me pusieron la raquea y la incómoda posición de estar boca arriba fue incrementando mi ansiedad. Que difícil era sonreír para las fotos y simular tranquilidad cuando me estaba costando trabajo respirar.
Tuvimos la fortuna de que tu tía que es médica pudiera estar en la cirugía y colaborar con el ginecólogo para verte llegar, así que ella fue la primera en verte y también tuvo el honor de hacer el corte del cordón umbilical.
En fin, de repente mi ginecólogo dice a todo el equipo que estás a punto de nacer y todos se alistan a recibirte. Llegaste a las 6:50 de la mañana y creo que estabas dormida porque tú primer llanto fue quedito, pero en cuanto comenzaste a sentir el frío y la luz lloraste fuerte. ¡Vaya que pulmones! Ay mi chiquita preciosa no creía que estuvieras aquí y estuvieras bien. No tenías ningún problema y en cuanto el neonatólogo te reviso te colocaron en mi regazo, cerca de mi pecho. Ahí estábamos tu papá y yo incrédulos del momento.
Pero también comencé a sentir los efectos de la anestesia y me dio mucho frío, en ese momento acabó la cirugía y me trasladaron al cuarto. Ahí estaban muy emocionadas tus abuelas. Solo pasaron algunos minutos y te pudieron conocer. Pequeñita, rosada, tus ojitos cerrados, pero lo más importante sana y eras de nosotros. Que felicidad. Que dicha. Nos habías convertido en mamá y papá. A partir de ahora nuestra vida era ya diferente.
Pero eso apenas lo estábamos por descubrir.