Diario de una mamá milennial
La dureza del postparto 2
Pues me encontraba ante la disyuntiva de irme a casa o quedarme en el hospital una noche más. Eran las 5 de la tarde, yo me sentía muy hinchada y adolorida; la idea de irme a casa la sentí muy complicada y estresante. El doctor me dio la opción de decidir y elegir quererme una noche más: ahora lo digo, mala decisión.
Lo fue porque ya debía pararme para ir al baño, hacerlo en el hospital era todo un ritual, esa noche se quedó tu papá y me daba coraje oírlo roncar y yo no podía pegar un ojo, nuevamente pedí que te llevaran a los cuneros y fue lo peor, escuchaba tu llanto cada tres horas y sufría porque no estabas a mi lado. Realmente no pegue el ojo en toda la noche.
Así que en cuanto amaneció, me metí a bañar, alisté mis cosas, te preparé y emprendimos la ida a nuestro hogar. Mi amor, debo decirte que no eres la mayor, tienes dos perrines hermanas y hermano mayor que nos esperaban ansiosamente. Grabé la llegada a casa y cuando seas más grande te enseñaré ese tierno momento, fue genial cuando ambos te olieron y reconocieron a la nueva integrante de la manada.
Y como arte de magia, en cuanto me acosté en la cama, me sentí rodeada de mis cosas y en mi espacio feliz, me comencé a sentir mejor. Ahora si se venía lo bueno. Pedí ayuda a tu tía Nan para tu primer baño, yo ya había perdido la práctica y necesitaba actualizarme en el método y tu papá necesitaba aprender. Estabas tan chiquita que durante tu primer y muchos baños lloraste porque te daba frío. A partir del segundo día, papá y yo te hemos bañado y en ocasiones hemos recibido ayuda de tu tía. Es todo un ritual que sigue hasta la fecha.
Poco a poco fue bajando la leche, tú naciste un viernes y para el lunes después de bañarme tuve un bajón terrible, el cuerpo cortado y una fiebre lacerante anunciaban la llegada de la leche de transición, la etapa del calostro había terminado.
Aunado a eso no dormía, estaba demasiado cansada pero no podía pegar un ojo por la preocupación de que algo te pasara mientras dormías; hablé al respecto con la asesora de lactancia y me dijo: estás a nada de tener depresión postparto y ante eso pensé que padecerla era ya demasiado en mi vida, así que le baje dos rayas a mi histeria, puse unas meditaciones y traté de dormir, el cambio de actitud hizo la diferencia.
Que difícil recuerdo los primeros días, evitaba mirarme en el espejo porque me veía tan diferente, demacrada, más ojerosa que de costumbre, hinchada. Debí ser muy paciente con mi cuerpo. Ahora lo honro y lo amo como tal; más porque albergó lo más preciado que ha creado. Te guardo y alimento durante 9 meses.
“Qué más da la lonja o la celulitis, el cabello que se cae y la ojera marcada, la maternidad me ha enseñado a respetarme y a amarme tal imperfecta soy y a maravillarme de lo increíble que es crear vida”.