Uruapan llora a Carlos Manzo: el líder que cayó entre su pueblo y cuyos hijos se quedaron sin padre
La tarde caía sobre Uruapan cuando las balas rompieron el aire y con ellas, la esperanza de un pueblo entero. En un evento público, frente a su gente, Carlos Manzo fue asesinado.
@Karla Ayala
Minutos antes, lo habían visto cargando a uno de sus hijos, sonriendo, saludando a los vecinos que se le acercaban con respeto y afecto. Nadie imaginó que esos gestos cotidianos serían los últimos, que ese niño se quedaría sin padre.
El sonido seco de los disparos estremeció la plaza. El caos se desató entre gritos y confusión. En segundos, el líder que hablaba de paz, justicia y dignidad cayó, herido de muerte, mientras su gente corría a resguardarse. A su lado, quedaron el eco de su voz y la mirada desconcertada de quienes no podían creer lo que estaban viendo.
“Hace unos minutos lo vi con su niño en brazos… y luego todo fue oscuridad”, dijo una mujer que lo conocía desde joven, con los ojos llenos de lágrimas. “Nos quitaron al único que nos escuchaba, al que no tenía miedo de decir la verdad”.
Carlos Manzo, dirigente social y figura cercana a las comunidades de la región, había dedicado su vida a luchar por mejores condiciones para los suyos. Era un líder querido, pero también incómodo para muchos, por su manera directa de señalar injusticias y exigir seguridad. Su voz se había vuelto símbolo de resistencia, y ahora, su ausencia deja un vacío que no se llena con discursos.
Sus hijos se quedaron sin papá, y el pueblo de Uruapan, sin su guía. En las calles se respira tristeza, impotencia y una pregunta que nadie puede responder: ¿por qué matan a quienes quieren construir un futuro distinto?
En su conferencia matutina, la presidenta Claudia Sheinbaum condenó el crimen y lo calificó como un acto “condenable, cobarde y vil”. Prometió justicia, solidaridad con la familia y coordinación con las autoridades de Michoacán para dar con los responsables. Pero en Uruapan, las palabras oficiales apenas alcanzan para consolar a una comunidad que siente que le arrebataron algo más que a un líder: le arrebataron la esperanza.
Las veladoras se encienden frente a la plaza donde Carlos cayó. Los vecinos dejan flores, rezos y silencios que dicen más que cualquier consigna. Entre ellos, los niños preguntan por qué todos lloran, sin entender todavía que aquel hombre que los saludaba en la calle ya no volverá.
“Carlos nos enseñó a no rendirnos”, dice un joven que fue parte de su movimiento. “Y aunque nos lo quitaron, su ejemplo no se mata”.
En el corazón de Uruapan, entre el dolor y la rabia contenida, el nombre de Carlos Manzo se ha vuelto un símbolo de lo que falta: justicia, paz y esperanza.


